miércoles, 30 de octubre de 2013

El Poder de la Oración


Vigésimo noveno domingo durante el año “C”
19-20 de octubre 2013






La Liturgia  nos ofrece una enseñanza  fundamental: la necesidad de orar siempre, sin cansarse. A veces nos cansamos de orar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello, tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para alcanzar nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús, en cambio, afirma que hay que orar siempre, y lo hace mediante una parábola específica ( Lucas 18, 1-8).

En ella se habla de un juez que no teme a Dios y no siente respeto por nadie, un juez que no tiene una actitud positiva, sino que sólo busca su interés. No tiene temor del juicio de Dios ni respeto por el prójimo. El otro personaje es una viuda, una persona en una situación de debilidad. En la Biblia la viuda y el huérfano son las categorías más necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda va al juez y le pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada son casi nulas, porque el juez la desprecia y ella no puede hacer ninguna presión sobre él. 

Tampoco puede apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a Dios. Por lo tanto, al parecer esta viuda no tiene ninguna posibilidad. Pero ella insiste, pide sin cansarse, es importuna; así, al final logra obtener del juez el resultado. Aquí Jesús hace una reflexión, usando el argumento a fortiori: si un juez injusto al final se deja convencer por el ruego de una viuda, mucho más Dios, que es bueno, escuchará a quien le ruega.

 En efecto, Dios es la generosidad en persona, es misericordioso y, por consiguiente, siempre está dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración.

La conclusión del pasaje evangélico habla de la fe: Pero cuando el Hijo del hombre vuelva, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lucas 18,8). Es una pregunta que quiere suscitar un aumento de fe por nuestra parte. De hecho, es evidente que la oración debe ser expresión de fe; de otro modo no es verdadera oración. Si uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar de modo verdaderamente adecuado. La fe es esencial como base de la actitud de la oración.

Comentario Bíblico


Primera Lectura: Éxodo 17,8-13 


1.1.- Para la tradición hebrea Amalec representa el  adversario por antonomasia, ese que amenaza con aniquilar a Israel.  Apenas liberado de la esclavitud de Egipto Israel debe enfrentar a los amalecitas en su primera batalla como pueblo libre. Se trata de la batalla de un pueblo aguerrido contra un (pueblo-niño) recién nacido a la libertad: Israel. El Israel llegado a la madurez, en su corriente más universalista, incluirá en  la salvación a todos los pueblos, también a Amalec : leer, entre otros testimonios de ello Is 56-66; Jonás; Salmo 87(86).  

Si esto mismo lo enfocáramos desde las vivencias que le tocaron enfrentar a Jesús, podríamos pensar en Herodes  intentando aniquilar al Mesías  recién nacido en Belén. Allí donde en la historia nace el bien, siempre encuentra oposición.

1.2.- El texto del Éxodo nos muestra que para la victoria se necesitan tanto el esfuerzo humano como la ayuda divina. Moisés dijo a Josué: “Elige a algunos de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte, teniendo en mi mano el bastón de Dios”. Las dos cosas son necesarias: armar un ejército y ponerse a interceder, lo que también es un misterioso combate,  teniendo en cuenta que si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas (Sal 127(126),1; ver 1 Timoteo 6,12).

1.3.- Imagen espléndida y de lo más expresiva, la de los brazos levantados de Moisés: cuando Moisés tenía los brazos levantados, Israel era el más fuerte; pero cuando los dejaba caer, era más fuerte Amalec. No hay duda alguna: empobrecer la oración significa darle alas al mal, permitiéndose tomar fuerza y prevalecer. Es imposible triunfar en la lucha sin cuartel contra el mal sin cultivar el  ‘tener-el-corazón-levantado-hacia-el-Señor’,  refugiándose en el Señor y levantando los ojos hacia Él (Ver Sal 141(140),8 y 123(122),2).

Ni siquiera la oración de una figura tan grande como Moisés alcanza por sí sola: Ahí están Aarón y Hur para que recordemos que son necesarios el esfuerzo y la colaboración de todos. Sin duda que para nada pretendemos ser Moisés, pero al menos podemos y debemos ser como sus dos ayudantes que le sostienen los brazos. La oración es  tarea común de toda la Iglesia que sin descanso se mantiene en oración ante Dios pidiendo que venga el Reino y que seamos librados del mal y del Maligno. Esto exige tanta constancia y perseverancia como la de estas manos que permanecen levantadas hasta la puesta del sol, hasta la victoria total y definitiva, cuando el último enemigo, la muerte, sea vencida, y Dios lo sea todo en todos.


Salmo responsorial: Salmo 120[121], ,1-2. 3-4. 5-6. 7-8.


2.1.- Este salmo forma parte de la colección de "cánticos de las subidas/ascensiones/peregrinación", o sea, de la peregrinación hacia el encuentro con el Señor…. Es un salmo de confianza, pues en él resuena seis veces el verbo hebreo shamar, "guardar, proteger". Dios, cuyo nombre se invoca repetidamente, se presenta como el "guardián" que nunca duerme, atento y solícito, el "centinela" que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro. 


2.2.- El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia las alturas, a los montes, es decir, a las colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allá arriba le vendrá la ayuda, porque allá arriba mora el Señor en su templo (…) Nuestra mirada, (…), se vuelve hacia la verdadera altura, hacia el verdadero monte: Cristo. 


2.3.-  Esta confianza está ilustrada en el Salmo mediante la imagen del guardián y del centinela, que vigilan y  protegen. Se alude también al pie que no resbala (v. 3) en el camino de la vida y tal vez al pastor que en el descanso nocturno vela por su rebaño sin dormir ni reposar (v. 4). El pastor divino no descansa en su obra de defensa de su pueblo. 
Luego, en el Salmo, se introduce otro símbolo, el de la sombra, que supone la reanudación del viaje durante el día, a pleno sol (v. 5). El pensamiento se remonta a la histórica marcha por el desierto del Sinaí, donde el Señor camina al frente de Israel de día en columna de nube para guiarlos por el camino (Ex 13, 21). En el Salterio a menudo se ora así: A la sombra de tus alas escóndeme... (Sal 16, 8; ver Sal 90, 1). Aquí también hay un aspecto muy real de nuestra vida. A menudo nuestra vida se desarrolla bajo un sol despiadado. El Señor es la sombra que nos protege, nos ayuda. 


2.4.-. Después del velar y la sombra, viene el tercer símbolo: el del Señor que está a la derecha de sus fieles (Sal 120, 5). Se trata de la posición del defensor, tanto en el ámbito militar como en el procesal: es la certeza de que el Señor no abandona en el tiempo de la prueba, del asalto del mal y de la persecución. En este punto, el salmista vuelve a la idea del viaje durante un día tórrido, en el que Dios nos protege del sol incandescente. Pero al día sucede la noche. En la antigüedad se creía que incluso los rayos de la luna eran nocivos, causa de fiebre, de ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la noche (v. 6), en las noches de nuestra vida. 

El Salmo concluye con una declaración sintética de confianza. Dios nos guardará con amor en cada instante, protegiendo nuestra vida de todo mal (v. 7). Todas nuestras actividades, resumidas en dos términos extremos: entradas y salidas, están siempre bajo la vigilante mirada del Señor. Asimismo, lo están todos nuestros actos y todo nuestro tiempo, ahora y por siempre (v. 8).


Segunda Lectura: 2ª Carta a  Timoteo 3,14-4,2

3.1.- Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a permanecer fiel a la tradición, a lo que ha aprendido de sus familiares judíos (de su madre Eunice y de su abuela Loida, de venerada memoria y recordadas en esta misma carta en 1,5), y a lo que él mismo le ha confiado. Cuando pululan tantos errores y cunde la confusión y las decepciones en la comunidad, Timoteo debe acordarse de la Sagrada Escritura, esto es, de todo el Primer  Testamento que conoce desde su infancia. Pues, cuando se lee con fe y desde la fe en Jesucristo, la Sagrada Escritura es sabiduría de Dios que conduce a la salvación.

3.2.- Los libros de la Sagrada Escritura se consideran "inspirados" (ver 2 Pe 1,21) o escritos bajo el influjo del Espíritu Santo, de manera que Dios es su principal autor. Con todo, la inspiración no debe entenderse como un dictado mecánico que despojaría de espontaneidad y libertad al autor humano, y no explicaría la influencia literaria proveniente del contexto sociocultural.

Según Karl Rahner, decimos que Dios es el autor de la Sagrada Escritura y que ésta ha sido inspirada, por lo mismo que afirmamos que Dios es el protagonista de la historia de salvación y el que funda la Iglesia en Jesucristo. Ni la Iglesia, ni la historia de salvación son posibles sin la Sagrada Escritura; por tanto, en la medida en que Dios quiere y hace la historia de salvación y funda la Iglesia en Jesucristo, es también autor de la Sagrada Escritura que proclama y confirma la fe del pueblo de Dios.

3.3.- El "hombre de Dios" que preside y anima la comunidad de los creyentes, pero también todos los fieles, deben leer con fe la Sagrada Escritura para prepararse a realizar toda obra buena. Esta "obra buena" es aquí, en especial, el cuidado solícito por la fe de la comunidad. Timoteo debe apoyarse en la Escritura para confirmar en la fe a sus hermanos. Esta fórmula (leer 1 Pe 4,5; Hch 10,42) pasará definitivamente al símbolo de la fe, al Credo. Se entiende por "vivos" a cuantos serán sorprendidos en vida por la venida del Señor, la parusía; por "muertos", a los que resucitarán al fin de los tiempos. Unos y otros serán juzgados por el Señor (leer 1 Tes 4,16;1 Cor 15,51s).

Pablo recuerda solemnemente a Timoteo cuál es su misión principal: predicar el evangelio. Lo ha de predicar a tiempo y a destiempo, con toda comprensión y pedagogía, pero sin eludir nunca el riesgo de decir la verdad a todos, por muy amarga que sea: "Reprende, reprocha, exhorta...".

Evangelio: San Lucas 18,1-8  

4.1.- En el Evangelio de este domingo Jesús enseña que es necesario orar siempre sin cansarse ni desanimarse. Jesús en Lucas ya nos había advertido sobre la necesidad de una oración llena de confianza en aquella parábola del amigo inoportuno que insiste hasta obtener lo que pide (Lucas 11,5-8); más adelante, como conclusión del discurso escatológico, volverá a repetir: velen y oren incesantemente, para tener la fuerza de comparecer seguros ante del Hijo del hombre (ver Lucas 21,36).

Esta insistencia, sobre todo como nos la presenta la parábola del juez y de la viuda,  podemos entenderla de manera genérica, como mera  exhortación a la oración, asunto que ya, de por sí, reviste gran importancia. Pero también podemos ir más allá, tratando de comprender con mayor precisión tres cosas de las que habla el texto lucano: cuál podría ser la causa del cansancio y del desánimo que amenazan  la oración, quiénes son los elegidos  y en qué consiste ese hacer justicia.


4.2.- El cansancio acerca del cual se previene está  adecuadamente descrito en la parábola. ¿Cuál sería su causa? ¡Salta a los ojos! La viuda ha buscado tanto que le hagan justicia que, al no lograrlo, corre serios riesgos de dejarse abatir por el pesimismo, resignándose a que jamás  se la hagan.  De ocurrir esto, el mal terminaría por asimilarla y anularla… Esta actitud aniquila y suprime toda oración; como, por el contrario, el persistir orando es el mejor remedio contra la pérdida de perseverancia y de entusiasmo en la oración. Se trata de dos actitudes tan contrarias que se excluyen mutuamente.

4.3.- ¿Quiénes son los elegidos? La parábola de Jesús nos lo insinúa al poner en escena, en el papel de ‘elegida’, a una viuda. ¿Y, qué es lo que la viuda representa? Es fácil de averiguar, ya que en el Primer Testamento es el prototipo,- junto con el huérfano y el extranjero-, del pobre, pequeño e indefenso. Entre tantos textos que se refieren a ellos citemos alguno de los más elocuentes: ¡Ay de los que promulgan decretos inicuos y redactan prescripciones onerosas, para impedir que se haga justicia a los débiles y privar de su derecho a los pobres de mi pueblo, para hacer de las viudas su presa y expoliar a los huérfanos! (Is 10,1-2)
Padre de huérfanos, protector de viudas  Dios vive en su santa morada (Sal 68(67),6). Hasta cuándo Señor,…, triunfarán los culpables…, trituran, Señor a tu pueblo,…, asesinan a viudas y extranjeros, degüellan a los huérfanos, y comentan: “Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se entera” (Sal 94(93),3-7).

4.4.- Teniendo el PT como telón de fondo, pensemos en las bienaventuranzas: esta viuda representa al pobre, al que llora, al que tiene hambre y sed de justicia… Pensemos igualmente en el Magníficat: esta viuda representa al humilde y al que tiene hambre. Estos son los elegidos: aquellos que no se dejan engañar por la riqueza (tengan poca, mucha o ninguna), manteniéndose llenos de confianza en Dios y su providencia. Son de los que esperan la salvación de Dios y no de ellos mismos o de sus propias cualidades. 

Es bien sabido que a todo lo largo de la historia existió,- ¡y existe!-, un conflicto y contraposición permanentes entre vencedores y vencidos. Remitiéndonos a aquellos mismos dos textos: el de las bienaventuranzas y del cántico de María, podemos contraponerlos de la siguiente manera: pobres contrapuestos a ricos, hambrientos a saciados, los que lloran  a los que ríen, perseguidos a causa del Reino contrapuestos a los perfectamente integrados al mundo, humildes a soberbios, débiles a poderosos.

Desde el punto de vista de la valoración humana los exitosos y triunfadores son los segundos. Y para peor, parece que Dios no hace justicia. Surge entonces la tentación de “bajar los brazos”, descorazonados, asumiendo el modo de actuar y de pensar de los vencedores. Esto se traduce en cansancio y en carcoma de la oración, en un cáncer según el cual ya no vale la pena rezar, pedir o esperar nada.

4.5.- Sin embargo Dios interviene, nos lo asegura el Evangelio, y hace justicia. ¿De qué manera? No como lo querría nuestra mentalidad exitista. Si mantenemos  este punto de vista tan ‘mundano’ corremos el riesgo de quedar desilusionados. ¿De qué manera entonces? Miremos a Jesús a la luz del justo sufriente del PT y a la luz de las vivencias del mismo Jesús: nadie como él encarna al pobre, al hambriento, al que sufre, al humilde, al perseguido. Jesús ¿es un perdedor o un vencedor? Si nos animamos a salir de nuestras rutinas volveremos a descubrir que la respuesta es difícil, que sólo puede darse desde la fe. Ciertamente que Jesucristo es un triunfador, pero no en el sentido común y corriente. Jesús no es el héroe triunfador. Y, sin embargo es el “León victorioso de la tribu de Judá” (Ap 5,5).









 Creo que,- ¡entre muchas otras razones!-, nuestra madre la Iglesia, nos hace repetir cada atardecer  el Magnificat ,  para que volvamos a fortalecer nuestra fe de que HOY el Padre, como justo Juez, ha intervenido para hacer justicia, pues Él: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lucas 1,51-53).

Para Jesús el problema no consiste en saber si el Padre hace justicia, sino que nos pregunta si poseemos tal fe y tal confianza, para saber si cuando vuelva el Hijo del hombre ¿encontrará fe en nuestra tierra?     
 
¿Esta es la cuestión, este el nudo gordiano! La oración elimina el descorazonamiento y renueva y reanima la fe, convirtiéndose en el lugar de entrenamiento que nos permita volver a elegir a Jesús y los valores de su Evangelio, renovando la confianza de que Dios hace justicia, interviniendo rapidísimamente, en un abrir y cerrar de ojos: hoy, aquí y ahora…, cuestión de ayudarnos mutuamente a no bajar los brazos. 



Los Padres de la Iglesia nos iluminan



La Palabra de Dios nos ha legado una metodología de la oración, mediante la cual expone a sus dignos discípulos que con ahínco y seriedad buscan la ciencia de la oración la forma de conciliarse la atención de Dios a través de las palabras de la oración.

Se aparta de Dios quien no se une a él en la oración. Por tanto, lo primero que deben aprender sobre la oración es esto: que hay que orar siempre sin desanimarse. Pues mediante la oración logramos estar con Dios. Y el que con Dios está, lejos del enemigo está. La oración es el sostén y el escudo de la honestidad, el freno de la ira, el sedante y el control de la soberbia. La oración es el sello de la virginidad, garantía de la fidelidad conyugal, esperanza de los que velan, fertilidad de los agricultores, salvación de los navegantes. Y pienso que aunque nos pasásemos toda la vida conversando con Dios, orando y dándole gracias, estaríamos tan lejos de recompensarlo como se merece, como si en ningún momento hubiéramos abrigado el propósito de remunerar a nuestro bienhechor.


El tiempo extenso se divide en tres partes: pasado, presente y futuro. En cada uno de estos tres tiempos se descubren los beneficios del Señor. Si consideras el presente, por él vives; si el futuro, él es para ti la esperanza de lo que esperas; si el pasado, no existirías si previamente él no te hubiera creado. Tu mismo nacimiento es un don divino. Y una vez nacido te ves rodeado de bienes, ya que, como dice el Apóstol, en él tienes la vida y el movimiento. La esperanza de los bienes futuros pende de la misma eficacia. Tú eres únicamente dueño del presente. Por eso, aunque te pases la vida entera dando gracias a Dios, apenas si cubrirás la gracia del tiempo presente: ya que en el entretanto eres incapaz de excogitar la manera de compensar las deudas del tiempo futuro.


Y nosotros, que tan lejos estamos de poder ofrecer una adecuada acción de gracias, no demostramos ni siquiera la gratitud de alma que nos es posible, pues no dedicamos a la llamada de Dios, no digo ya toda la jornada, pero es que ni una mínima parte del día. ¿Quién ha devuelto el prístino esplendor a la imagen de Dios deslucida en mí por el pecado? ¿Quién me conduce a la primitiva felicidad, a mí expulsado del paraíso, privado del árbol de la vida y arrojado al báratro de una vida material?


No hay ningún sensato, dice la Escritura. Porque si realmente reflexionásemos sobre estas realidades, tributaríamos a Dios, a lo largo de nuestra vida, una acción de gracias continuada y asidua. En cambio, ahora una gran mayoría del género humano está totalmente absorbida por preocupaciones exclusivamente materiales.
Pero ha llegado el momento de considerar la sentencia relativa a la cantidad de palabras que, en la medida de lo posible, deben integrar la oración. Pues es evidente que, si diéremos con la fórmula adecuada de presentar la petición, nos sería dado conseguir lo que quisiéramos. Y ¿cuál es la normativa a este respecto? Cuando recen —dice—no usen muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.




 Benedicto XVI, Homilía 17-10-2013. Extractos.
 ¡Se trata nada más y nada menos que de los descendientes de Esaú, el hermano al que Jacob-Israel le ‘robó’ la primogenitura! Leer Gen 36,12; Núm. 13,29; Sal 83(82).
 Preferimos traducir este versículo más literalmente que la versión del leccionario.
 Los Padres han visto perfectamente realizada en Jesucristo crucificado, con los brazos clavados y en permanente intercesión, la imagen prefigurada por un Moisés intercediendo con los brazos levantados.
 Benedicto XVI, Audiencia General del 04-05-2005. Acortada y adaptada

 Eucaristía 1989,48. Adaptado de www.mercaba.org
 Para quien desee profundizar en el tema aducimos en esta nota otros textos, como Ez 22,7 y Jb 24,3; Es importante subrayar que en el PT Dios en persona es el Juez justo que sale en defensa del extranjero, del huérfano,  y de la viuda: Ex 22,21-23; Dt 10,18; Sir 35,21 ss y Sal 68(67),6 con Sal 146(145),9. Jueces inicuos son figuras típicas en la Escritura, ver Mi 7,3; Dt 16,18-20 y Sal 82(81).
 San Gregorio de Nisa, Sobre el Padrenuestro, PG 44,1119. 1123-1126. De san Gregorio de Nisa, ignoramos la fecha del nacimiento (no antes del 331) y de su muerte, pues perdemos su rastro tras el 394. Fueron su madre y, aún más, su abuela Macrina y su hermana mayor, Macrina la Joven, quienes transmitieron a Gregorio el legado de la fe. Sabemos asimismo que Basilio, su hermano, guió sus estudios. Gregorio ejerció por un tiempo la función eclesiástica de lector y debió pasar temporadas con los miembros de su familia que habían abrazado la vida monástica. Sin embargo abandonó el lectorado para dedicarse a la enseñanza de la retórica. Se discute si contrajo matrimonio con una tal Teosebia o ésta fue una hermana pequeña que vivió con él hasta su muerte. Sus confidencias en el “Tratado sobre la virginidad” sugieren que sí estaba casado. Su hermano Basilio, lo reintegró en el servicio eclesiástico al ordenarlo obispo. Gregorio, pese a sus dudas, recibió la ordenación episcopal para la sede de Nisa (Asia Menor) en el 372.