Vigésimo noveno
domingo durante el año “C”
19-20 de
octubre 2013
La Liturgia nos ofrece una
enseñanza fundamental: la necesidad de
orar siempre, sin cansarse. A veces nos cansamos de orar, tenemos la impresión
de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello,
tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios
humanos para alcanzar nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús, en
cambio, afirma que hay que orar siempre, y lo hace mediante una parábola
específica ( Lucas 18, 1-8).
En ella se habla de un juez que no teme a Dios y
no siente respeto por nadie, un juez que no tiene una actitud positiva, sino
que sólo busca su interés. No tiene temor del juicio de Dios ni respeto por el
prójimo. El otro personaje es una viuda, una persona en una situación de
debilidad. En la Biblia la viuda y el huérfano son las categorías más
necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda va al juez y le
pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada son casi nulas, porque el
juez la desprecia y ella no puede hacer ninguna presión sobre él.
Tampoco puede
apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a Dios. Por lo tanto, al
parecer esta viuda no tiene ninguna posibilidad. Pero ella insiste, pide sin
cansarse, es importuna; así, al final logra obtener del juez el resultado. Aquí
Jesús hace una reflexión, usando el argumento a fortiori: si un juez injusto al
final se deja convencer por el ruego de una viuda, mucho más Dios, que es
bueno, escuchará a quien le ruega.
En efecto, Dios es la generosidad en
persona, es misericordioso y, por consiguiente, siempre está dispuesto a
escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir
siempre en la oración.
La conclusión del pasaje evangélico habla de la
fe: Pero cuando el Hijo del hombre
vuelva, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lucas 18,8). Es una pregunta que
quiere suscitar un aumento de fe por nuestra parte. De hecho, es evidente que
la oración debe ser expresión de fe; de otro modo no es verdadera oración. Si
uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar de modo verdaderamente
adecuado. La fe es esencial como base de la actitud de la oración.
Comentario Bíblico
Primera
Lectura: Éxodo 17,8-13
1.1.-
Para la tradición hebrea Amalec representa el
adversario por antonomasia, ese que amenaza con aniquilar a Israel. Apenas liberado de la esclavitud de Egipto
Israel debe enfrentar a los amalecitas en su primera batalla como pueblo libre. Se trata de la batalla de un pueblo
aguerrido contra un (pueblo-niño) recién nacido a la libertad: Israel. El
Israel llegado a la madurez, en su corriente más universalista, incluirá
en la salvación a todos los pueblos,
también a Amalec : leer, entre otros testimonios de ello Is 56-66; Jonás; Salmo 87(86).
Si esto mismo lo enfocáramos
desde las vivencias que le tocaron enfrentar a Jesús, podríamos pensar en
Herodes intentando aniquilar al
Mesías recién nacido en Belén. Allí
donde en la historia nace el bien, siempre encuentra oposición.
1.2.-
El texto del Éxodo nos muestra que para la victoria se necesitan tanto el
esfuerzo humano como la ayuda divina. Moisés
dijo a Josué: “Elige a algunos de nuestros hombres y ve mañana a combatir
contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte, teniendo en mi mano el
bastón de Dios”. Las dos cosas son necesarias: armar un ejército y ponerse
a interceder, lo que también es un misterioso combate, teniendo en cuenta que si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas (Sal 127(126),1; ver 1 Timoteo 6,12).
1.3.- Imagen espléndida y de lo más expresiva, la de los
brazos levantados de Moisés: cuando
Moisés tenía los brazos levantados, Israel era el más fuerte; pero cuando los
dejaba caer, era más fuerte Amalec. No hay duda
alguna: empobrecer la oración significa darle alas al mal, permitiéndose tomar
fuerza y prevalecer. Es imposible triunfar en la lucha sin cuartel contra el
mal sin cultivar el
‘tener-el-corazón-levantado-hacia-el-Señor’, refugiándose
en el Señor y levantando los ojos
hacia Él (Ver Sal 141(140),8 y 123(122),2).
Ni siquiera la oración de una figura tan grande como
Moisés alcanza por sí sola: Ahí están Aarón y Hur para que recordemos que son
necesarios el esfuerzo y la colaboración de todos. Sin duda que para nada
pretendemos ser Moisés, pero al menos podemos y debemos ser como sus dos
ayudantes que le sostienen los brazos. La oración es tarea común de toda la Iglesia que sin
descanso se mantiene en oración ante Dios pidiendo que venga el Reino y que
seamos librados del mal y del Maligno. Esto exige tanta constancia y perseverancia
como la de estas manos que permanecen levantadas hasta la puesta del sol, hasta
la victoria total y definitiva, cuando el último enemigo, la muerte, sea
vencida, y Dios lo sea todo en todos.
Salmo
responsorial: Salmo 120[121], ,1-2.
3-4. 5-6. 7-8.
2.1.-
Este salmo forma parte de la colección de "cánticos de las
subidas/ascensiones/peregrinación", o sea, de la peregrinación hacia el
encuentro con el Señor…. Es un salmo de confianza, pues en él resuena seis
veces el verbo hebreo shamar, "guardar, proteger". Dios, cuyo
nombre se invoca repetidamente, se presenta como el "guardián" que
nunca duerme, atento y solícito, el "centinela" que vela por su
pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro.
2.2.-
El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia las alturas, a
los montes, es decir, a las colinas sobre las que se alza
Jerusalén: desde allá arriba le vendrá la ayuda, porque allá arriba mora
el Señor en su templo (…) Nuestra mirada, (…), se vuelve hacia la verdadera altura,
hacia el verdadero monte: Cristo.
2.3.-
Esta confianza está ilustrada en el Salmo mediante la imagen del guardián
y del centinela, que vigilan y protegen. Se alude también al pie que no
resbala (v. 3) en el camino de la vida y tal vez al pastor que en el descanso
nocturno vela por su rebaño sin dormir ni reposar (v. 4). El pastor divino no
descansa en su obra de defensa de su pueblo.
Luego, en el Salmo, se introduce otro símbolo, el de la sombra, que
supone la reanudación del viaje durante el día, a pleno sol (v. 5). El
pensamiento se remonta a la histórica marcha por el desierto del Sinaí, donde
el Señor camina al frente de Israel de día en columna de nube para guiarlos
por el camino (Ex 13, 21). En el Salterio a menudo se ora así: A la
sombra de tus alas escóndeme... (Sal 16, 8; ver Sal 90, 1). Aquí también
hay un aspecto muy real de nuestra vida. A menudo nuestra vida se desarrolla
bajo un sol despiadado. El Señor es la sombra que nos protege, nos ayuda.
2.4.-. Después
del velar y la sombra, viene el tercer símbolo: el del Señor que está a
la derecha de sus fieles (Sal 120, 5). Se trata de la posición del
defensor, tanto en el ámbito militar como en el procesal: es la certeza de
que el Señor no abandona en el tiempo de la prueba, del asalto del mal y de la persecución. En
este punto, el salmista vuelve a la idea del viaje durante un día tórrido, en
el que Dios nos protege del sol incandescente. Pero al día sucede la noche. En la antigüedad
se creía que incluso los rayos de la luna eran nocivos, causa de fiebre, de
ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la
noche (v. 6), en las noches de nuestra vida.
El Salmo concluye con una declaración sintética de confianza. Dios nos guardará
con amor en cada instante, protegiendo nuestra vida de todo mal (v. 7). Todas
nuestras actividades, resumidas en dos términos extremos: entradas
y salidas, están siempre bajo la vigilante mirada del Señor. Asimismo,
lo están todos nuestros actos y todo nuestro tiempo, ahora y por siempre
(v. 8).
Segunda Lectura: 2ª Carta a Timoteo 3,14-4,2
3.1.-
Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a permanecer fiel a la tradición, a lo que
ha aprendido de sus familiares judíos (de su madre Eunice y de su abuela Loida,
de venerada memoria y recordadas en esta misma carta en 1,5), y a lo que él
mismo le ha confiado. Cuando pululan tantos errores y cunde la confusión y las
decepciones en la comunidad, Timoteo debe acordarse de la Sagrada Escritura,
esto es, de todo el Primer Testamento
que conoce desde su infancia. Pues, cuando se lee con fe y desde la fe en
Jesucristo, la Sagrada Escritura es sabiduría de Dios que conduce a la
salvación.
3.2.- Los libros
de la Sagrada Escritura se consideran "inspirados" (ver 2 Pe 1,21) o
escritos bajo el influjo del Espíritu Santo, de manera que Dios es su principal
autor. Con todo, la inspiración no debe entenderse como un dictado mecánico que
despojaría de espontaneidad y libertad al autor humano, y no explicaría la
influencia literaria proveniente del contexto sociocultural.
Según
Karl Rahner, decimos que Dios es el autor de la Sagrada Escritura y que ésta ha
sido inspirada, por lo mismo que afirmamos que Dios es el protagonista de la
historia de salvación y el que funda la Iglesia en Jesucristo. Ni la Iglesia,
ni la historia de salvación son posibles sin la Sagrada Escritura; por tanto,
en la medida en que Dios quiere y hace la historia de salvación y funda la
Iglesia en Jesucristo, es también autor de la Sagrada Escritura que proclama y
confirma la fe del pueblo de Dios.
3.3.-
El "hombre de Dios" que preside y anima la comunidad de los
creyentes, pero también todos los fieles, deben leer con fe la Sagrada
Escritura para prepararse a realizar toda obra buena. Esta "obra
buena" es aquí, en especial, el cuidado solícito por la fe de la
comunidad. Timoteo debe apoyarse en la Escritura para confirmar en la fe a sus
hermanos. Esta fórmula (leer 1 Pe 4,5; Hch 10,42) pasará definitivamente al
símbolo de la fe, al Credo. Se entiende por "vivos" a cuantos serán
sorprendidos en vida por la venida del Señor, la parusía; por "muertos",
a los que resucitarán al fin de los tiempos. Unos y otros serán juzgados por el
Señor (leer 1 Tes 4,16;1 Cor 15,51s).
Pablo
recuerda solemnemente a Timoteo cuál es su misión principal: predicar el
evangelio. Lo ha de predicar a tiempo y a destiempo, con toda comprensión y
pedagogía, pero sin eludir nunca el riesgo de decir la verdad a todos, por muy
amarga que sea: "Reprende, reprocha, exhorta...".
Evangelio: San Lucas 18,1-8
4.1.- En el Evangelio de este domingo Jesús enseña que es necesario orar siempre sin cansarse ni
desanimarse. Jesús en Lucas ya nos había advertido sobre la necesidad de
una oración llena de confianza en aquella parábola del amigo inoportuno que
insiste hasta obtener lo que pide (Lucas 11,5-8); más adelante, como conclusión
del discurso escatológico, volverá a repetir: velen y oren incesantemente, para tener la fuerza de
comparecer seguros ante del Hijo del hombre (ver Lucas 21,36).
Esta insistencia, sobre todo como nos la presenta la parábola del juez y de la
viuda, podemos entenderla de manera
genérica, como mera exhortación a la
oración, asunto que ya, de por sí, reviste gran importancia. Pero también
podemos ir más allá, tratando de comprender con mayor precisión tres cosas de
las que habla el texto lucano: cuál podría ser la causa del cansancio y
del desánimo que amenazan la
oración, quiénes son los elegidos
y en qué consiste ese hacer justicia.
4.2.- El cansancio acerca del cual se previene
está adecuadamente descrito en la
parábola. ¿Cuál sería su causa? ¡Salta a los ojos! La viuda ha buscado tanto
que le hagan justicia que, al no lograrlo, corre serios riesgos de dejarse
abatir por el pesimismo, resignándose a que jamás se la hagan.
De ocurrir esto, el mal terminaría por asimilarla y anularla… Esta
actitud aniquila y suprime toda oración; como, por el contrario, el persistir
orando es el mejor remedio contra la pérdida de perseverancia y de entusiasmo
en la oración. Se trata de dos actitudes tan contrarias que se excluyen
mutuamente.
4.3.- ¿Quiénes son los elegidos? La parábola de
Jesús nos lo insinúa al poner en escena, en el papel de ‘elegida’, a una viuda.
¿Y, qué es lo que la viuda representa? Es fácil de averiguar, ya que en el
Primer Testamento es el prototipo,- junto con el huérfano y el extranjero-, del
pobre, pequeño e indefenso. Entre tantos textos que se refieren a ellos citemos
alguno de los más elocuentes: ¡Ay de los
que promulgan decretos inicuos y redactan prescripciones onerosas, para impedir
que se haga justicia a los débiles y privar de su derecho a los pobres de mi
pueblo, para hacer de las viudas su presa y expoliar a los huérfanos! (Is
10,1-2)
Padre de huérfanos, protector de viudas
Dios vive en su santa morada (Sal 68(67),6). Hasta cuándo Señor,…, triunfarán los
culpables…, trituran, Señor a tu pueblo,…, asesinan a viudas y extranjeros,
degüellan a los huérfanos, y comentan: “Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se
entera” (Sal 94(93),3-7).
4.4.- Teniendo el PT como telón de fondo, pensemos en las
bienaventuranzas: esta viuda representa al pobre, al que llora, al que tiene
hambre y sed de justicia… Pensemos igualmente en el Magníficat: esta viuda
representa al humilde y al que tiene hambre. Estos son los elegidos: aquellos
que no se dejan engañar por la riqueza (tengan poca, mucha o ninguna), manteniéndose
llenos de confianza en Dios y su providencia. Son de los que esperan la
salvación de Dios y no de ellos mismos o de sus propias cualidades.
Es bien sabido que a todo lo largo de la historia
existió,- ¡y existe!-, un conflicto y contraposición permanentes entre
vencedores y vencidos. Remitiéndonos a aquellos mismos dos textos: el de las
bienaventuranzas y del cántico de María, podemos contraponerlos de la siguiente
manera: pobres contrapuestos a ricos, hambrientos a saciados, los que lloran a los que ríen, perseguidos a causa del Reino
contrapuestos a los perfectamente integrados al mundo, humildes a soberbios,
débiles a poderosos.
Desde el punto de vista de la valoración humana los
exitosos y triunfadores son los segundos. Y para peor, parece que
Dios no hace justicia. Surge entonces la tentación de “bajar los brazos”,
descorazonados, asumiendo el modo de actuar y de pensar de los vencedores. Esto
se traduce en cansancio y en carcoma de la oración, en un cáncer según el cual
ya no vale la pena rezar, pedir o esperar nada.
4.5.- Sin embargo Dios interviene, nos lo asegura el
Evangelio, y hace justicia. ¿De qué manera? No como lo querría nuestra
mentalidad exitista. Si mantenemos este
punto de vista tan ‘mundano’ corremos el riesgo de quedar desilusionados. ¿De
qué manera entonces? Miremos a Jesús a la luz del justo sufriente del PT y a la
luz de las vivencias del mismo Jesús: nadie como él encarna al pobre, al
hambriento, al que sufre, al humilde, al perseguido. Jesús ¿es un perdedor o un
vencedor? Si nos animamos a salir de nuestras rutinas volveremos a descubrir
que la respuesta es difícil, que sólo puede darse desde la fe. Ciertamente que
Jesucristo es un triunfador, pero no en el sentido común y corriente. Jesús no
es el héroe triunfador. Y, sin embargo es el “León victorioso de la tribu de
Judá” (Ap 5,5).
Creo que,- ¡entre muchas otras razones!-, nuestra madre la
Iglesia, nos hace repetir cada atardecer
el Magnificat , para que volvamos
a fortalecer nuestra fe de que HOY el Padre, como justo Juez, ha intervenido
para hacer justicia, pues Él: dispersa a
los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos (Lucas 1,51-53).
Para Jesús el problema no consiste en saber si el Padre
hace justicia, sino que nos pregunta si poseemos tal fe y tal confianza, para
saber si cuando vuelva el Hijo del hombre
¿encontrará fe en nuestra tierra?
¿Esta es la cuestión, este el nudo gordiano! La oración elimina
el descorazonamiento y renueva y reanima la fe, convirtiéndose en el lugar de
entrenamiento que nos permita volver a elegir a Jesús y los valores de su
Evangelio, renovando la confianza de que Dios hace justicia, interviniendo
rapidísimamente, en un abrir y cerrar de
ojos: hoy, aquí y ahora…, cuestión de ayudarnos mutuamente a no bajar
los brazos.
Los Padres de la Iglesia
nos iluminan
La Palabra de Dios
nos ha legado una metodología de la oración, mediante la cual expone a sus
dignos discípulos que con ahínco y seriedad buscan la ciencia de la oración la
forma de conciliarse la atención de Dios a través de las palabras de la
oración.
Se aparta de Dios quien no se une a él en la oración. Por tanto, lo primero que
deben aprender sobre la oración es esto: que hay que orar
siempre sin desanimarse. Pues mediante la oración logramos
estar con Dios. Y el que con Dios está, lejos del enemigo está. La oración es
el sostén y el escudo de la honestidad, el freno de la ira, el sedante y el
control de la soberbia. La oración es el sello de la virginidad, garantía de la
fidelidad conyugal, esperanza de los que velan, fertilidad de los agricultores,
salvación de los navegantes. Y pienso que aunque nos pasásemos toda la vida
conversando con Dios, orando y dándole gracias, estaríamos tan lejos de
recompensarlo como se merece, como si en ningún momento hubiéramos abrigado el
propósito de remunerar a nuestro bienhechor.
El tiempo extenso se divide en tres partes: pasado, presente y futuro. En cada
uno de estos tres tiempos se descubren los beneficios del Señor. Si consideras
el presente, por él vives; si el futuro, él es para ti la esperanza de lo que
esperas; si el pasado, no existirías si previamente él no te hubiera creado. Tu
mismo nacimiento es un don divino. Y una vez nacido te ves rodeado de bienes,
ya que, como dice el Apóstol, en él tienes la vida y el movimiento. La
esperanza de los bienes futuros pende de la misma eficacia. Tú eres únicamente
dueño del presente. Por eso, aunque te pases la vida entera dando gracias a
Dios, apenas si cubrirás la gracia del tiempo presente: ya que en el entretanto
eres incapaz de excogitar la manera de compensar las deudas del tiempo futuro.
Y nosotros, que tan lejos estamos de poder ofrecer una adecuada acción de
gracias, no demostramos ni siquiera la gratitud de alma que nos es posible,
pues no dedicamos a la llamada de Dios, no digo ya toda la jornada, pero es que
ni una mínima parte del día. ¿Quién ha devuelto el prístino esplendor a la
imagen de Dios deslucida en mí por el pecado? ¿Quién me conduce a la primitiva
felicidad, a mí expulsado del paraíso, privado del árbol de la vida y arrojado
al báratro de una vida material?
No hay ningún sensato, dice la Escritura. Porque si
realmente reflexionásemos sobre estas realidades, tributaríamos a Dios, a lo
largo de nuestra vida, una acción de gracias continuada y asidua. En cambio,
ahora una gran mayoría del género humano está totalmente absorbida por
preocupaciones exclusivamente materiales.
Pero ha llegado el momento de considerar la sentencia relativa a la cantidad de
palabras que, en la medida de lo posible, deben integrar la oración. Pues es
evidente que, si diéremos con la fórmula adecuada de presentar la petición, nos
sería dado conseguir lo que quisiéramos. Y ¿cuál es la normativa a este
respecto? Cuando recen —dice—no usen muchas palabras
como los paganos, que se imaginan que
por hablar mucho les harán caso.
Benedicto XVI, Homilía 17-10-2013.
Extractos.
¡Se trata nada más y nada menos que de los descendientes de Esaú, el hermano al
que Jacob-Israel le ‘robó’ la primogenitura! Leer Gen 36,12; Núm. 13,29; Sal
83(82).
Preferimos traducir
este versículo más literalmente que la versión del leccionario.
Los Padres han visto perfectamente realizada en Jesucristo crucificado, con los
brazos clavados y en permanente intercesión, la imagen prefigurada por un
Moisés intercediendo con los brazos levantados.
Benedicto XVI, Audiencia General del 04-05-2005. Acortada y
adaptada
Eucaristía 1989,48.
Adaptado de www.mercaba.org
Para quien desee
profundizar en el tema aducimos en esta nota otros textos, como Ez 22,7 y Jb
24,3; Es importante subrayar que en el PT Dios en persona es el Juez justo que
sale en defensa del extranjero, del huérfano,
y de la viuda: Ex 22,21-23; Dt 10,18; Sir 35,21 ss y Sal 68(67),6 con
Sal 146(145),9. Jueces inicuos son figuras típicas en la Escritura, ver Mi 7,3;
Dt 16,18-20 y Sal 82(81).
San Gregorio de Nisa, Sobre el Padrenuestro, PG 44,1119. 1123-1126. De san Gregorio de Nisa, ignoramos la fecha del
nacimiento (no antes del 331) y de su muerte, pues perdemos su rastro tras el
394. Fueron su madre y, aún más, su abuela Macrina y su hermana mayor, Macrina
la Joven, quienes transmitieron a Gregorio el legado de la fe. Sabemos asimismo
que Basilio, su hermano, guió sus estudios. Gregorio ejerció por un tiempo la
función eclesiástica de lector y debió pasar temporadas con los miembros de su
familia que habían abrazado la vida monástica. Sin embargo abandonó el
lectorado para dedicarse a la enseñanza de la retórica. Se discute si contrajo
matrimonio con una tal Teosebia o ésta fue una hermana pequeña que vivió con él
hasta su muerte. Sus confidencias en el “Tratado sobre la virginidad” sugieren
que sí estaba casado. Su hermano Basilio, lo reintegró en el servicio
eclesiástico al ordenarlo obispo. Gregorio, pese a sus dudas, recibió la
ordenación episcopal para la sede de Nisa (Asia Menor) en el 372.
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