Introducción
0.1.-Los textos bíblicos de este domingo (la
1ª Lectura y el Evangelio) nos regalan la certeza que el Señor-Dios gusta de
venir a visitarnos. En tiempo de los
patriarcas visita a sus amigos Abrahán y Sara, prometiéndoles lo que desde
siempre anhelaron y que humanamente, es
imposible, llenándoles la vida de alegría y la boca de risa; Tan profunda y
permanente será el efecto de esa alegría que lo eternizarán en el nombre que le
pondrán al anhelado hijo de la promesa
del hijo: ¡Isaac: “Dios nos ha hecho [son]-reír”! (Gen 17,17), a esa
misma sonrisa de alegría alude Jesús en el Evangelio de Juan cuando afirma: Abrahán,
su padre, vio mi día y se llenó de regocijo pensando ver mi Día, lo vio y
sonrió (Jn 8,56), mostrándonos que él es el Isaac de la promesa, la Buena
Noticia de la “visita” de Dios. A su vez el Evangelio nos señala lo único
necesario cuando el Señor se acerca a “visitarnos”…
0.2.-La reflexión de los Apóstoles es muy
clara. (…) [Ellos] dicen: No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para
ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de
vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y les
encargaremos esta tarea. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de
la Palabra (Hch 6, 2-4). La Iglesia
no sólo debe anunciar la Palabra, sino también realizar la Palabra, que es
caridad y verdad. Y, en segundo lugar, estos [siete] hombres, [elegidos para
ejercer la caridad], no sólo deben gozar de buena fama, sino que además deben
ser hombres llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, es decir, no pueden ser
sólo organizadores que saben «actuar», sino que deben «actuar» con espíritu de
fe a la luz de Dios, con sabiduría en el corazón; y, por lo tanto, también su
función —aunque sea sobre todo práctica— es una función espiritual. La caridad
y la justicia no son únicamente acciones sociales, sino que son acciones
espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo. Así pues, podemos decir
que los Apóstoles afrontan esta situación con gran responsabilidad, tomando una
decisión: se elige a siete hombres de buena fama, los Apóstoles oran para pedir
la fuerza del Espíritu Santo y luego les imponen las manos para que se dediquen
de modo especial a esta diaconía de la caridad.
0.3.-Así, en la vida de la Iglesia, en los
primeros pasos que da, se refleja, en cierta manera, lo que había acontecido
durante la vida pública de Jesús, en casa de Marta y María, en Betania. Marta
andaba muy ocupada con el servicio de la hospitalidad que se debía ofrecer a
Jesús y a sus discípulos; María, en cambio, se dedica a la escucha de la
Palabra del Señor (cf. Lc 10,
38-42). En ambos casos, no se contraponen los momentos de la oración y de la
escucha de Dios con la actividad diaria, con el ejercicio de la caridad. La
amonestación de Jesús: Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas
cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le
será quitada (Lc 10, 41-42),
así como la reflexión de los Apóstoles: Nosotros nos dedicaremos a la oración y
al servicio de la Palabra (Hch
6,4), muestran la prioridad que debemos dar a Dios. No quiero entrar ahora en
la interpretación de este pasaje de Marta y María. En cualquier caso, no se
debe condenar la actividad en favor del prójimo, de los demás, sino que se debe
subrayar que debe estar penetrada interiormente también por el espíritu de la
contemplación. Por otra parte, san Agustín dice que esta realidad de María es
una visión de nuestra situación en el cielo; por tanto, en la tierra nunca podemos
tenerla completamente, sino sólo debe estar presente como anticipación en toda
nuestra actividad. Debe estar presente también la contemplación de Dios. No
debemos perdernos en el activismo puro, sino siempre también dejarnos penetrar
en nuestra actividad por la luz de la Palabra de Dios y así aprender la
verdadera caridad, el verdadero servicio al otro, que no tiene necesidad de
muchas cosas —ciertamente, le hacen falta las cosas necesarias—, sino que tiene
necesidad sobre todo del afecto de nuestro corazón, de la luz de Dios. San Ambrosio, comentando el episodio de Marta
y María, exhorta así a sus fieles y también a nosotros: «Tratemos, por tanto,
de tener también nosotros lo que no se nos puede quitar, prestando a la Palabra
del Señor una atención diligente, no distraída: sucede a veces que las semillas
de la Palabra celestial, si se las siembra en el camino, desaparecen. Que te
estimule también a ti, como a María, el deseo de saber: esta es la obra más
grande, la más perfecta». Y añade que «ni siquiera la solicitud del ministerio
debe distraer del conocimiento de la Palabra celestial», de la oración (Expositio Evangelii secundum Lucam,
VII, 85: PL 15, 1720). Los santos, por lo tanto, han experimentado una profunda
unidad de vida entre oración y acción, entre el amor total a Dios y el amor a
los hermanos. San Bernando, que es un modelo de armonía entre contemplación y
laboriosidad, en el libro De
consideratione, dirigido al Papa Inocencio II para hacerle algunas
reflexiones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del
recogimiento interior, de la oración para defenderse de los peligros de una
actividad excesiva, cualquiera que sea la condición en que se encuentre y la
tarea que esté realizando. San Bernardo afirma que demasiadas ocupaciones, una
vida frenética, a menudo acaban por endurecer el corazón y hacer sufrir el
espíritu (cf. II, 3).
Comentario Bíblico
Primera Lectura: Génesis 18,1-10
1.1.- La lectura nos relata como
Dios sale al encuentro de los seres
humanos para traerles una Buena Noticia, capaz de transfigurar sus vidas.
Subrayemos, además, que la visita es pura iniciativa de Dios. Abrahán está
sencillamente sentado a la entrada de su carpa,- ¡y para mejor a la hora de más
calor!-. Levanta la vista y ve a tres ‘hombres’ de pie ante él. Sin que nada
pudiera preparar o anticipar; allí
están, ante él. Abrahán se siente en la “obligación” de dar una respuesta,
respuesta hospitalaria que le brota espontanea y llena de solicitud. El relato,
nos pinta a un Abrahán que sale corriendo a su encuentro, mostrando a
continuación, mediante una serie de expresiones, la prontitud y la premura del
patriarca: ante el ‘paso’ de Dios no hay tardanza ni dilación posibles…
1.2.- Descubrimos, agradablemente sorprendidos, que Abrahán como buen “trashumante
de modales medio orientales”, hasta
ruega y pide que le den el honor de
hospedarse, y lo hace con una hermosa oración que todos podemos hacer nuestra: Señor
mío, te ruego que no pases de largo….
El anciano patriarca pone las premisas para que este encuentro no sea
una simple cercanía externa, sino un contacto profundo. Abrahán hace todo lo
que está a su alcance para ofrecerles a los “tres” su hospitalidad generosa, poniéndose él y todo lo suyo, a su disposición; una
vez preparado el agasajo, permanece de pie ante ellos, en silencio y en actitud
servicial. Es el Señor-Dios quien retoma
ahora la iniciativa anunciándoles la buena noticia de la maternidad de Sara,
ardientemente anhelada y deseada, pero a la cual se había renunciado por ser
humanamente imposible….
1.3.- Nuestra vida es el lugar del paso, de la visita de Dios. Encuentro
que es imposible auto-fabricarse, para el cual, sin embargo, es indispensable
disponerse, anhelarlo y deseándolo con perseverancia.
Cada visita de Dios nos abre al profundo misterio de nuestra existencia,
revelándonos lo que es nuestro más íntimo deseo. Aquel que casi siempre está
escondido en lo más recóndito de nuestra persona, desconocido, y, a veces,
hasta temido, el cual surge a la luz, tal y como salió Lázaro (el hermano de
Marta y María) del sepulcro, llamado por la presencia y la promesa de los Tres.
La alegría de Abrahán y de Sara no es únicamente para ellos (una multitud será
bendecida a través suyo, bendición que canta María en el Magníficat, como
cumplida en Jesús…); tampoco nuestro encuentro y nuestra alegría pueden ser
para deleitarnos con un gozo egoísta. Dios no puede manifestarse allí donde hay
distracción, negligencia o egoísmo, hay que apresurarse a recibirlo, como
Zaqueo (Lc 19,6). Y no es que el Señor necesite de nuestras cosas, “Él nos ha
rogado que le demos, para poder darnos muchísimo más” afirma san Efrén, el arpa
del Espíritu Santo. Hagamos nuestra la oración de Abrahán repitiéndola cada día:
Salmo Responsorial: Salmo 14[15],2-5
2.1.-Los estudiosos de la
Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, como parte de una
"liturgia de entrada". Como sucede en algunas otras composiciones del
Salterio (por ejemplo, los salmos 23, 25 y 94), se puede pensar en una especie
de procesión de fieles, que llega a las puertas del templo de Sión para
participar en el culto. En un diálogo ideal entre los fieles y los levitas, se
delinean las condiciones indispensables para ser admitidos a la celebración
litúrgica y, por consiguiente, a la intimidad divina.
En efecto, por una parte, se plantea la pregunta: Señor, ¿quién puede
hospedarse en tu carpa y habitar en tu monte santo? (Sal 14,1). Por otra,
se enumeran las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la
"carpa", es decir, al templo situado en el monte santo de
Sión. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal
de los compromisos morales fundamentales recogidos en la ley
bíblica (vv. 2-5).
2.2.-En las fachadas
de los templos egipcios y babilónicos a veces se hallaban grabadas las
condiciones requeridas para el ingreso en el recinto sagrado. Pero conviene
notar una diferencia significativa con las que sugiere nuestro salmo. En muchas
culturas religiosas, para ser admitidos en presencia de la divinidad, se
requería sobre todo la pureza ritual exterior, que implicaba abluciones, gestos
y vestiduras particulares.
En cambio, el salmo 14 exige la purificación de la conciencia, para que sus
opciones se inspiren en el amor a la justicia y al prójimo. Por ello, en estos
versículos se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia
invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y
justicia social (cf. Is 1,10-20; 33,14-16; Os 6, 6; Mi 6, 6-8; Jr
6,20).
Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Amós, que denuncia
en nombre de Dios un culto alejado de la vida diaria: Yo detesto,
desprecio sus fiestas; no me gusta el olor de sus reuniones solemnes. Si me
ofrecen holocaustos, no me complazco en las oblaciones d ustedes, ni miro sus
sacrificios de comunión de novillos cebados. (...) ¡Que fluya, sí, el juicio
como agua y la justicia como arroyo perenne! (Am 5,21-24).
2.3.-Veamos ahora los
once compromisos enumerados por el salmista, que podrán constituir la base de
un examen de conciencia personal cuando nos preparemos para confesar nuestras
culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor en la celebración
litúrgica.
Los tres primeros compromisos son de índole general y expresan una opción
ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la
justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (v. 2).
Siguen tres deberes que podríamos definir de relación con el
prójimo: eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda acción que
pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro lado
cada día (v. 3).
Viene luego la exigencia de una clara toma de posición en el ámbito
social: considerar despreciable al impío y honrar a los que temen al
Señor.
Por último, se enumeran los últimos tres preceptos para examinar la
conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el
caso de que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero
con usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de
estrangular la vida de muchas personas; y, por último, evitar cualquier tipo de
corrupción en la vida pública, otro compromiso que es preciso practicar con
rigor también en nuestro tiempo (v. 5).
2.4.-Seguir este
camino de decisiones morales auténticas significa estar preparados para el
encuentro con el Señor. También Jesús, en el Sermón de la montaña, propondrá
su propia "liturgia de ingreso" esencial: Si, pues, al presentar
tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo
contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y anda primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda (Mt
5,23-24). Nuestra plegaria concluye afirmando que quien actúa del modo indicado
por el salmista nunca fallará (v. 5).
San Hilario de Poitiers,
Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, comenta así esta afirmación final
del salmo, relacionándola con la imagen inicial de la carpa del templo de Sión:
“Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en
la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y
cumplir los mandamientos.
Debemos grabar este salmo en lo más íntimo de nuestro ser, escribirlo en el
corazón, anotarlo en la
memoria. Debemos confrontarnos de día y de noche con el
tesoro de su rica brevedad. Y así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la
eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria
del cuerpo de Cristo".
Segunda Lectura: Colosenses
1,24-28
3.1.- San Pablo nos
introduce aquí en una terminología a la que no estamos demasiado habituados.
Para nosotros, misterio es “lo oculto”, aquello que no podemos ver ni
comprender. De hecho, cuando nos referimos a asuntos religiosos, tendemos a
incluirlos entre lo que llamamos "misterios". Así, cuando oímos
hablar de los "misterios de Cristo", tendemos a entender estas
palabras aplicándolas a algunos aspectos de Cristo que no podemos comprender
fácilmente, como por ejemplo el de la presencia real eucarística. Pero en San
Pablo y en su lenguaje teológico, misterio es todo lo contrario. Se trata del
plan de salvación de Dios, oculto desde antiguo y que ahora nos ha sido
revelado para que podamos participar en él. En última instancia el misterio es
Cristo mismo, presente entre nosotros y esperanza de la gloria.
3.2.- Cuando Pablo escribe esta carta está en la prisión.
Pero sus sufrimientos no le quitan la alegría porque los soporta por la
Iglesia. No se trata de una mera actitud moral, sino que la sobrepasa. No hay
duda de que los sufrimientos de Cristo son eficaces y, en sí mismos, nada
necesitan para ser completados. Pero el Cuerpo de Cristo está inacabado, está
en continua construcción; en lo que san Pablo participa con sus sufrimientos es
en los sufrimientos de Cristo en cuanto esparcidos por su Cuerpo que es la
Iglesia. La Iglesia se dedica por completo a realizar más y más plenamente el plan
de Dios. Pablo, como ministro elegido por Dios, está vinculado íntimamente a
este trabajo de construcción que completa lo que falta a la pasión de Cristo,
es decir, la construcción de su Iglesia. Su ministerio en relación con esa
construcción es doble: ministerio del sufrimiento y ministerio del anuncio del
Evangelio.
El misterio, oculto desde antiguo y revelado ahora, en la persona de
Jesucristo, trabaja actualmente al mundo y lo conduce a su perfección. Es el
objetivo de todo apostolado: llevar al hombre a su perfección en Cristo, es
decir, llevarlo a un equilibrio que le permita llevar, en Cristo, el
sufrimiento en favor del crecimiento de la Iglesia.
Evangelio: san Lucas
10,38-42
4.1.- Si nos quedáramos
únicamente con la parábola del buen samaritano (la del domingo pasado: Lc 10,
25-37) podríamos deducir que lo único
necesario es amar al prójimo. ¿Es cierto? Sí, pero siempre que se
puntualice algo importante. Y dicha puntualización nos la ofrece el evangelio
de este domingo. Jesús ha entrado en casa de Marta y María. Marta se ocupa y
multiplica en sus quehaceres. María, sentada a los pies del Señor, escucha su
palabra. Ante la protesta de Marta, Jesús ha formulado una sentencia decisiva: Marta,
Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o
más bien, una sola es necesaria (10, 41-42).
4.2.- La enseñanza
esencial de este episodio de Marta y María se encuentra en las palabras de
Jesús: una sola cosa es necesaria. La cosa
realmente necesaria es la que hace María: sentarse a los pies del Maestro y
escucharlo. María es aquí la imagen del buen discípulo: en Israel ser discípulo
significa saber escuchar (Escucha Israel, el Señor tu Dios es Único). Ser discípulo de Jesús
significa exactamente eso: escucharlo.
Escuchar es señal de amor, de atención prestada al otro, a lo que es, a lo
que tiene que decirme; escuchar equivale a crear en nuestro interior un espacio
abierto y acogedor para la otra persona. A la inversa, no escuchar significa
desinterés por el otro… Si escucho al otro significa que es importante para mí,
que me interesa entrar en su mundo, en su misterio.
4.3.- Todo esto es válido para las relaciones interpersonales y para la
relación con el Maestro. Nuestro texto señala de manera muy clara y concreta la
actitud, el obstáculo principal, que impide escucharlo: el andar sin resuello e
inquietos, ocupados en multitud de asuntos, asuntillos y asuntejos. Todo esto
impide estar a la escucha al modo de María de Betania. La manera como
impostamos y organizamos nuestra vida tiene como inexorable resultado dejar, o
no dejar, espacio para la escucha. Es importante preguntarse: ¿En mi vida
concreta, hay espacio para la escucha?
Marta simboliza ese trabajo repetido y
agobiante que nos hace esclavos y no permite que tengamos tiempo de escuchar el
gran misterio de Dios que nos rodea. María, en cambio, es la que atiende a la
Palabra. Ciertamente deberá actuar, pero su obra no será un hacer desnudo, sino
un ponerse amorosamente a cumplir lo escuchado: el que recibe mis
mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por
mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él (Jn 14,21).
4.4.- Recordemos que es justo
y necesario situarse sobre el trasfondo de experiencia del Primer Testamento.
Contrariamente al mundo griego, en Israel no se aprecia el ideal de la pura
contemplación filosófica y tampoco se desprecia el trabajo manual,
considerándolo cosa de esclavos y de mujeres. Aunque sólo fuera por eso,
resulta imposible interpretar a María como expresión de una cierta mística, que
dejando el despreciable mundo de las cosas (lo sensible) se preocupa de ahondar
en lo divino. Conocer a Dios implica en Israel
escuchar la palabra y llevarla a la práctica. Sólo desde aquí se
entiende el mensaje radical de nuestro texto. María es la que atiende a Jesús. El creyente judío
escucha la voz que Dios le ha transmitido por la Ley para cumplirla ‘HOY’ (ojalá
escuchen hoy la voz del Señor Sal
95,7d y Heb 3,7-4,11), el cristiano, del cual es figura perfecta
María de Betania, descubre esa
Palabra en Jesucristo. Por eso la
actitud de María no es la de un místico que sube hacia Dios, sino la de una
creyente atenta a la Palabra que ha “bajado”, se ha “anonadado” y la está
‘visitando’…. Pues bien, para que esa escucha sea auténtica se debe traducir en
la práctica de vida del hoy, es decir, en el amor al prójimo tal y como está
ejemplificado en la parábola del buen samaritano. Marta, en cambio, ocupada en
sus cosas no ha descubierto la voz de Dios, que le ha llegado en Jesucristo.
4.5.- Desde aquí
pueden esbozarse tres importantes conclusiones:
a) La primera se
refiere simplemente al sexo de María. En el contexto social de Israel, la mujer
era consideraba como un creyente de segunda; no tomaba parte activa en el culto
de la sinagoga ni se podía dedicar ‘oficialmente’ a la escucha, estudio y
cultivo de la Ley. Nuestro pasaje refleja una actitud totalmente distinta. El
ejemplar tipo del auténtico cristiano (que escucha y cumple la palabra de
Jesús) toma cuerpo en la figura femenina de María.
b) Para que sea
auténtica, la acción del creyente (el amor al prójimo) tiene que estar fundamentada
en la escucha de la Palabra, es decir, en la aceptación del misterio del amor
de Dios que se refleja en Cristo. Sólo porque Dios me ha revelado toda la
fuerza de su amor, me puedo convertir en fuente de amor para los demás (Dios
nos amó primero…).
c) Una vez dicho lo
anterior, podemos añadir que la "escucha de Jesús" puede venir a
determinar un tipo de existencia cristiana que profundiza especialmente en el
don de la fe. Ese es el fundamento de la contemplación bíblica y cristiana, que
no está basada en un proceso ascensional de la mente que tiende hacia Dios,
sino en la auténtica obediencia del que escucha la Palabra y vive inmerso en el
gozo y exigencia que ella nos produce: Dichosa tú que has creído lo que te
ha dicho el Señor.
Los Padres de la Iglesia nos iluminan
Marta y María eran dos hermanas, unidas no
sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad;
ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas lo servían durante su vida
mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a
un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a
su Señor, una enferma al Salvador, una creatura al Creador. (…) Así, pues, el
Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a los suyos y los
suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser
hijos de Dios, adoptando a los servidores y convirtiéndolos en hermanos,
redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de
ustedes diga: “Felices los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa”
(...) Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu permiso, y bendita seas por tus
buenos servicios—, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora
estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos
cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿acaso, cuando
llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar,
hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber,
enfermos a quienes visitar, peleados a quienes poner en paz, muertos a quienes
sepultar? Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha
elegido: allí seremos nosotros los alimentados, allí no tendremos que alimentar
a los demás. Por eso, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha
elegido María, la que recogió las migajas de la mesa opulenta de la palabra del
Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a
sus servidores: Les aseguro que él mismo recogerá su túnica,
los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.
En
estas mujeres están representadas las dos vidas: la presente y la futura, la
trabajosa y la descansada, la necesitada
y la bienaventurada, la temporal y la eterna. (…) Estaban, pues, en aquella casa las dos vidas
y la fuente misma de la vida: en Marta la imagen de lo presente, en María la
imagen de lo que está por venir. Lo que Marta hacía, eso somos aquí; lo que
María hacia, es lo que esperamos allí.
El
trabajo pasa y el descanso permanece, pero sólo se llega al descanso mediante
el trabajo. La nave pasa y llega a puerto, llega a la patria, pero sólo se
llega a la patria gracias a la nave. Que estemos embarcados en una travesía, lo
sabemos con sólo mirar las olas y las tormentas de este tiempo. Y yo estoy
persuadido de que no nos hundimos, gracias a que nos lleva el madero de la cruz.
Había llegado (María) a aquella unidad que le
permitía contemplar la dulzura del Señor. Sin embargo, en la noche de este
tiempo, nosotros no podemos eso todavía. [Lo mismo que san Pablo, decimos]: Todavía
sigo, todavía camino, todavía estoy de viaje, todavía tiendo hacia adelante,
aún no he llegado a la meta. (...)
El destino del cristiano en este mundo es el destino de Marta, que servía al
Señor necesitado, todavía necesitado, en
sus [hermanos], los más pequeños, del servicio de los
seres humanos.